miércoles, 28 de mayo de 2014

La pelota de Gerardo


Basado en un guión radial de Marlen Caboverde Caballero, periodista de Radio Jaruco. Edición y Redacción, Rosa C. Báez
Personajes, un hombre y la presencia inmanente del que mostraba ser… sus captores y sus jueces… Locaciones, una cárcel, una celda, la sala de un Tribunal:

De malos modos, el captor pregunta: ¡¿Cuál es su nombre?!, mientras el prisionero, la mirada firme, la frente en alto, responde -"Manuel Viramóntez"- y comprende que ha llegado el momento y, dispuesto a que su voz no tiemble, continúa el intercambio de preguntas y respuestas con el militar:

- ¡¿Dónde y cuándo nació usted?!

- Soy ciudadano norteamericano. Nací en Cameron, Texas el día 26 de enero de 1967. En 1970 mis padres regresaron a Puerto Rico, donde habían nacido.

- ¡¿Cuál es su dirección en Puerto Rico?!

Sin titubear, el prisionero responde: Edificio Darlington, avenida Muñoz Rivera Borinqueña, apartamento 6-C, Río Piedras.

- ¡¿Dónde trabaja usted aquí en Estados Unidos?!

- En una empresa….

Otro hombre, la misma arrogancia, el mismo despotismo: -"¡Mentiras! ¡Eres un espía cubano, di la verdad, eres un espía de Castro!".

El mismo prisionero, la misma determinación, igual coraje… -"Mi nombre es Manuel Viramóntez. Soy de Puerto Rico".

Una y otra vez, la insistente pregunta se proyecta sobre un muro de resolución y fuerza interior: -"¡¿Continúas insistiendo en lo mismo?! ¡Te vas a pudrir  en esta celda! ¡Mientes! ¡Eres un maldito espía cubano!" mientras el prisionero repite una y otra vez: "Mi nombre es Manuel Viramóntez. Soy de Puerto Rico. Soy Manuel Viramóntez, Viramóntez, Viramóntez…

Y así, durante muchos meses, el prisionero sólo conversaba con sus captores y una y otra vez el diálogo machacaba hasta el cansancio… Hasta que un día, en la soledad de la pequeñísima celda a la que todos llamaban "el hueco", mientras descansaba en su camastro y pensaba en su lejana tierra, una voz infantil lo sacó de su letargo…

-"¡Oye, oye! Dibújame la pelota".

Dando un salto que acabó de despabilarlo, el prisionero exclamó: -"¡¿Eh?!-  Sin embargo, no lograba pensar otra cosa que era un sueño en el que soñaba que estaba despierto… Como un pequeño príncipe caído de su asteroide, el pequeño le rogaba: "Por favor, dibújame la pelota".

Gerardo, el prisionero, asombrado, le preguntó: "Dime quién eres de una vez".

Y entonces sí que dio un salto, totalmente fascinado, cuando escuchó al niño responder:
- "Creí que lo sabías. Soy Manuel Viramóntez", mientras volvía a rogarle "Dibújame la pelota".

 Totalmente pasmado, el hombre le respondió: -¿Manuel? No es posible. ¿De qué hablas?
Y el niño, dulcemente, le contestó: "Ya te dije. Dibújame la pelota, la que conservas hace tiempo, la de aquel día que recuerdas tanto. Es tan parecida a la mía…"

El pedido no dejaba de volver una y otra vez a la mente del prisionero, mientras se preguntaba el por qué de aquel sueño recurrente…

-¿La pelota? ¿Manuel?... ¡Otra vez ese sueño tan raro! Y los recuerdos volvían a su mente… recordaba su Patria, su deporte favorito, un año lejano en el tiempo: 1986… El prisionero se incorporó en la cama; recorrió la celda con los ojos empañados. Palpó las paredes y observó el techo: una luz tenue se filtraba por la alta ventanita de vidrio blindado. Amanecía. De pronto, una brisa acarició su cara, haciéndolo estremecer...  muy bajo, susurró: -"¿Manuel, Manuel eres tú?". Entonces, inexplicablemente, como en las ocasiones anteriores, el frío comienzó a desaparecer de su cuerpo, poco a poco…

Pasaron los días, interminables, desde aquel sábado 12 de septiembre… una y otra vez, la presencia infantil se iba haciendo cotidiana… visible solamente para el hombre solo, en su celda silenciosa…

- "A los interrogatorios otra vez", ordenaba aquél individuo parecido a un robot de video juegos…  De nuevo la rutina: agachado, de espaldas a la puerta, saca las manos por la hendidura. Desde afuera el guardia se las aprisiona en una caja negra. La puerta se abría. Las cadenas repitían  aquella música, ahora menos terrible, al compás de sus pasos, mientras con la mirada se comunicaba con el niño, que camina a su lado sin que los guardias lo presintieran:

-"En la prisión no cuenta lo que dices sino, lo que es más hondo en ti; la vida es como un juego de pelota. Si sales al terreno es para darlo todo. Nadie puede adivinar el desenlace en un partido. Eso lo aprenderás, Manuel, con el tiempo, con el tiempo. Puedes cometer errores, pero no vale darse por vencido, y mucho menos cambiar de equipo. Nadie es una isla en la batalla. Tenlo en cuenta, Manuel, recuérdalo siempre, siempre".

Y todo vuelve a comenzar: las preguntas, las mismas respuestas, la consigna:

- "Mi nombre es Manuel Viramóntez. Soy de Puerto Rico"; "Mi nombre es Manuel Viramóntez. Soy de Puerto Rico"; "Mi nombre es Manuel Viramóntez. Soy de Puerto Rico"….

La tarde muere en la ciudad. El hombre, en la celda, dibuja con un lápiz diminuto en un pedazo de papel. Al terminar lo dobla y lo sitúa sobre la mesita de concreto soldada a la pared. Se tumba en la cama. Un cansancio agradable mina su cuerpo. Entonces, se sorprende pensando otra vez en Manuel Viramóntez. En Manuel, el Manuel verdadero, que murió a los tres años de edad de una insuficiencia respiratoria y, suspirando, el hombre se dice: -"Pobrecito, ahora hubiera tenido casi mi misma edad".  Y recuerda como se preparó durante meses para asumir la identidad de aquel niño, aprender cada detalle relacionado con su familia, las escuelas donde supuestamente hubiese estudiado, los amigos, las maestras, la vida que imaginariamente hubiese vivido. Sonríe. Desde que Manuel se le aparece, su infancia se hace cada vez más vívida y recuerda, recuerda:

- "Los chiquillos en la escuela nunca querían jugar a la pelota conmigo porque si pasaba la maestra cargada de libros, allá iba a ayudarle y ahí mismo se acababa el juego o ponían a otro en mi lugar"- y se ríe en voz alta- "La serie estaba por comenzar en Cuba. ¿Qué equipo ganaría la corona esa vez? En cuestiones de beisbol, cualquier cosa puede suceder", era lo que pensaba entonces. Y viendo cómo desaparecía el último hilo de luz del atardecer, el prisionero se durmió profundamente, como un niño.

El hombre abre los ojos lentamente y se incorpora. El niño mira el dibujo complacido. Cuando el misterio es demasiado impresionante, no es posible desobedecer:

- "Dibujaste la pelota. Es tan parecida a la mía… Pronto me iré. Solo vine por el dibujo, para acordarme…

- "¿Te irás? ¿En serio? Pero si te marchas así, solo llevarás un garabato en un trozo de papel. Quédate un poco, te contaré la historia de esa pelota, luego me hablarás de la tuya", casi suplicó el prisionero.

- "Tengo prisa. En unas horas estaré en casa, otra vez. Dibújame la historia, la llevaré también"

- "Eso sería complicado. Puedo contártela".

Sonó la risa cristalina del niño, mientras una mirada pícara se reflejaba en sus ojos:
-"Sé lo que ocultas, lo que callas. Sé que no son engaños, ni mentiras. Más bien parecen ilusiones, fantasías buscando una verdad. Conozco todas tus historias, ésa en especial".

- ¿La conoces?

- Sí: la has soñado demasiado desde que empezaste a repetir mi nombre sin parar.

El prisionero bajó los ojos, apenado:

"-Lo siento… Pero igual me gustaría ahora decirla por primera vez, en silencio, para ti, para los dos".

Y entonces el niño se sentó en el banquito de hierro frente al hombre de uniforme naranja, y los dos callaron y cerraron los ojos, que es la mejor manera de evocar y sentir una historia verdadera. Y sin musitar palabra, el hombre le contó:

- "Fue el domingo 19 de enero de 1986. Cuando llegué al Estadio Latinoamericano, que es el estadio donde jugaba mi equipo favorito, el de mi ciudad, La Habana. El juego había empezado pero afuera había una multitud haciendo fila para entrar. En el bolsillo llevaba una pelota como esa que te dibujé. Ya debes saberlo, mi equipo son los azules, los Industriales. Era la final del campeonato (nosotros le decimos "la serie") número 25, y sus rivales eran los Vegueros, de una provincia llamada Pinar de Río. ¡No me podía perder el juego por nada del mundo! En aquella época, hacía dibujos y caricaturas para un espacio llamado Aspirina, sí, como la tableta, no te rías; a los integrantes nos habían dado un carnet que decía: "Prensa", así que al llegar al estadio, con el carnet (y con el rostro, sí, chico, haciéndome el periodista importante), pude abrirme paso por las gradas hasta llegar a la parte de arriba del banco de Industriales. Estaba finalizando el segundo inning. En esos años había un pitcher del equipo que era de mi barrio (en realidad del barrio de enfrente al mío, de El Rosario), el derecho Leonardo Tamayo.  Cuando logré llegar allí le grité a uno de los peloteros que me llamara a Tamayo, quien salió del banco y se asomó a las gradas. Se extrañó de verme allí, y le di el papel con la pelota dibujada y un bolígrafo para que lo pasara y los peloteros la firmaran. En ese momento mi equipo perdía, pero en el papel yo había escrito: "Industriales Campeón-1986", algo que todos leyeron al firmarla mientras todavía el equipo perdía. Así que ya tú sabes... luego a todo el mundo le decía que mi pelota le había levantado el espíritu al equipo! (RÍE) El caso fue que la firmaron todos, o casi todos, y Tamayo me la devolvió allí mismo. Todavía se puede distinguir la firma de algunos de ellos como el tercer bate, Javier Méndez y el receptor, Pedro Medina".

"¡Y luego fue cuando se armó la locura! En el quinto inning, Vegueros perdía tres carreras por cuatro frente a los Azules y el zurdo Giraldo Iglesias empató el juego, pero la revancha de Industriales no se hizo esperar. El receptor Pedro Medina, bateó por el centro una conexión larga que trajo la igualada (vaya, el empate, jajaja es argot beisbolero) en las piernas de Padilla, y segundos después, Vargas regaló la ventaja. El Latino estallaba, Industriales, por la diferencia mínima, estaba a tres outs de llevarse la victoria. Pero, ya te lo dije, en un juego de pelota nada puede asegurarse hasta el final. Anochecía cuando empezó el noveno capítulo. Entonces el zurdo Giraldo Iglesias igualó las acciones a cinco carreras. Tendrían que ir a extra inning. La verdad,  no puedo recordar en detalles lo que ocurrió después, pero jamás olvidaré el momento cumbre de la entrada número doce. Imagínate, dos y dos la cuenta para Agustín Marquetti, un veterano a punto de retirarse del deporte activo, el inning parecía terminar con ponche. Yo no miraba el reloj, pero no sé cómo, siempre supe que …

Y a coro, hombre y niño dijeron: -"…eran las nueve y veinte de la noche cuando Marquetti dio aquel tremendo home run ¡¡Y ganamos!! ".

- "Por supuesto, fui uno de los tantos que se tiró para el terreno. Pude llegar hasta el mismísimo Marquetti, y en el periódico Juventud Rebelde del día siguiente salgo en la foto, muy cerca de él, claro, quizá no me reconocerías porque tengo pelo en aquella época!"-, dice riendo el prisionero- "como había llovido, el terreno estaba mojado, y tuve que coger los dos ómnibus  de regreso para la casa lleno de fango, pero ¡contento!, por mi pelota, y porque Industriales había ganado el campeonato de una manera tan espectacular, aunque en ese momento ni me imaginaba que ese juego sería tan recordado en la historia del beisbol cubano".

El prisionero es el primero en abrir los ojos y sorprende una risa grandísima pintada en la boca del niño:

- "Creo que tu pelota está en buenas manos. Ahora, debes dibujarme un libro para guardar tu historia. Esa la única forma de liberarla… cuando me haya marchado".

Entonces, el hombre sacó un papel del bolsillo y dibujó un libro cerrado para no matar el misterio.

- "Exactamente como pensé", dijo el niño

- "Ahora es tu turno. ¿La historia de tu pelota?"

- "Mi pelota luce como nueva. Está bien guardada, tanto como la tuya; mi hermana dará a luz en pocas horas. El niño se llamará Manuel. Es mi única oportunidad de regresar a casa".
- "¿Regresar?" Y la palabra despertó un eco de nostalgias en el hombre…

- "Sí. A mi lugar. No pertenezco aquí.  Debes cuidarte. Aquí puede morir o naufragar lo mejor de uno… Tú también regresarás… algún día. Escríbelo. Así como hiciste con tu pelota: Industriales Campeón".

- "Industriales Campeón. ¿Campeón?"

- "Te conozco. No sabes rendirte", dijo el niño.

- "Espera. No te vayas todavía. Antes quiero pedirte perdón", dijo el hombre, deteniéndolo.

- ¿Perdón? ¿Por qué?

- "Por llevar tu nombre. Te lo devuelvo".

El niño sonríe y responde: -" No fue un engaño, ni una mentira. Eran ilusiones, fantasías necesarias para hallar tu verdad".

Entonces el pequeño Manuel Viramóntez se alzó hasta la alta ventana de vidrio donde aplastó la nariz, mientras desaparecía con las primeras luces del amanecer…

La sala del Tribunal se muestra tan fría como su celda: allí, otros hombres repiten la misma pregunta

- "¿Cómo se llama?

En el estrado un hombre, gigante en su dimensión, con la voz trémula de orgullo y decisión, responde:

- Mi nombre es Gerardo Hernández Nordelo. Nací en La Habana el cuatro de junio de 1965. Soy cubano…

Basado en el guión de la edición especial del programa Alas de libertad sobre testimonio inédito que concedió el Héroe de la República de Cuba Gerardo Hernández Nordelo a la periodista Marlene Caboverde Caballero.

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