Por Arelys García Acosta
Audio en TeVeo
El
amor de madre echa raíces aún en las tierras más infértiles, en las
condiciones más hostiles. Una separación que ya suma casi 14 años, una
condena desmedida que mantiene a su hijo y sus cuatro hermanos de causa,
presos de las injusticias; todo ello y Magali Llort se da con más
energía a Fernando González, su eterno niño limpio y sano.
“Cuando
Fernando nació fue lógico que despertara celos en sus hermanas, temían
ser reemplazadas. Él era el varón y el más chiquito, necesitaba de más
cuidados, de más atenciones.
Ellos
se llevan tan poco tiempo entre el nacimiento de uno y otro, que
siempre han estado muy identificados. Entre Martha y Lourdes distan dos
años y medio y entre Fernando y Lourdes sólo uno, entonces había
determinada identificación entre los tres porque no había grandes
diferencias de edades. Cuando fueron creciendo tenían más o menos los
mismos intereses, y ayudó mucho el hecho de que todos fueran tratados
por igual”.
Como
si lo hubiera vivido ayer, Magali Llort recuerda los dilemas frente al
televisor en las temporadas beisboleras. Con seguridad se extraña el
bullicio de aquellos días en casa.
“Con
lo pelotero que era Fernando en esos días no había quien viera la
programación. Teníamos cuando aquello un televisor y él quería tener
siempre la primicia de lo que pasaba en cada juego. Entonces no se
conformaba sólo con ver la pelota; sino también con discutir sobre la
jugada y decir si estaba bien o mal hecha. Aunque te digo, yo prefería
aquella algarabía en la casa y no saber que estaba en la calle jugando”.
La voz de Magali siempre llega como manantial fresco para hablarnos del Fernando adolescente lleno de sueños y caminos.
“Yo
tuve pendiente de todo su romanticismo y él me hacía cómplice de
aquellas cosas. Yo tenía que contemporizar con todo aquello porque una
tiene que entender las edades de los hijos y tratar de tenerlos bien
asesorados, aconsejarlos, evitar que estén hasta altas horas en la
calle.
“En
realidad no puedo decir que Fernando me haya dado dolores de cabeza;
siempre fue muy responsable, a pesar de ser muy divertido. Cuando salía
de vacaciones le gustaba reunirse con el grupo, coger una tienda de
campaña e irse en tren para Matanzas. Le gustaba ese tipo de excursión.
“Algo
que me daba terror era que fueran a la playa; le tengo un respeto
enorme al mar y cuando me decían que iban para la playa, imagínate como
me ponía. Yo esperaba las cinco, las seis de la tarde mirando para la
esquina porque me daba un poco de pavor.
Lo que me tranquilizaba era su grado de madurez para asumir las cosas, eso me calmaba”.
El
Fernando extremadamente sensible aparecía ante los ojos de Magali con
muestras que inevitablemente arrancaban la admiración de la madre.
“Cuando
Fernando estaba en el preuniversitario, en Isla de la Juventud, él
llegaba de la beca con bastante ropa; por lo general los pases eran los
sábados y yo estaba trabajando. En una ocasión, cuando llegué me recibió
contentísimo porque había lavado toda la ropa. Te imaginas que había
metido la ropa de la agricultura con la normal de las clases; pero fue
un acto tan hermoso y lo hizo pensando en quitarme la carga de tantas
tareas que él sabía me aguardaban en la casa cuando yo llegara. Fue una
brillante idea”.
Las
manos de mi madre, tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras,
así escribió el poeta y así también describe Fernando, desde lejos y
tras las rejas, las manos de Magali Llort, la madre que siempre espera.
“Fernando
es una persona muy cariñosa, pero es un cariño demostrativo porque
siempre estaba abrazándote por la espalda, pasándote la mano por la
cabeza, ese sentido de cariño, de comprensión, de presión con el
trabajo, con la casa. Extraño mucho eso de él, honestamente”.
El tiempo ha pasado y aún los brazos de Magali Llort siguen trenzados al cuello de Fernando.
Fuente Radio Sancti Spiritus
No hay comentarios:
Publicar un comentario